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El pluralismo religioso y la libertad religiosa

I. Las preguntas del musulmán

  • ¿Por qué existen tantas religiones si Dios ha dotado a todas las personas con la misma naturaleza humana?
  • Toda religión, sobre todo el cristianismo, afirma ser una religión universal. ¿Cómo pueden ser universales las diferentes religiones? Sólo una puede ser realmente universal. Las demás sólo pueden ser parcial o provisionalmente verdaderas.
  • ¿No habría que pensar que en la idea de una religión universal subyace una especie de síntesis de todas las religiones?
  • Actualmente, la Iglesia habla mucho de libertad religiosa, pero no siempre ha sido así. En el pasado, la Iglesia utilizó el imperialismo y la colonización para sus propios objetivos. Si en estos tiempos ha llegado a convertirse en una abogada de la libertad religiosa, ¿no se deberá a que ya no puede hacer otra cosa?
  • La libertad religiosa es buena en principio, pero ¿no puede ocurrir que las personas den la espalda a la verdadera religión y se conviertan a otra? ¿No constituye el principio de libertad religiosa un peligro que amenaza a las mismas religiones?
  • ¿Cómo puede alguien leer el Corán y no hacerse musulmán? Esta persona debe ser un hipócrita, como los orientalistas.

 

II. La perspectiva musulmana

 

En general

 

1. El islam es la única religión verdadera, perfecta y perdurable. Ha absorbido en ella todo lo mejor de las demás religiones. El musulmán que piensa de forma tradicionalista se asombra de que aún siga habiendo judíos y cristianos, pues con la llegada del islam estas religiones se hicieron irrelevantes. El judaísmo y el cristianismo son de carácter provisional, y, en el mejor de los casos, sólo son parcialmente verdaderas. Estaban destinadas a comunidades humanamente limitadas. Fuera del islam no hay ninguna religión auténtica, porque sólo él es la única religión verdaderamente universal.

 

2. Las guerras de religión son una realidad histórica. En el pasado, enfrentaron al mundo islámico con el mundo cristiano, a los católicos con los protestantes. Aún sigue habiendo conflictos en nombre de la religión, como, por ejemplo, en el Líbano, en Irlanda del Norte, en Filipinas, Sudán, etc.

 

3. Muchos musulmanes asumen como un dato de facto la colaboración entre el cristianismo y el imperialismo, el colonialismo y el nacionalismo.

 

4. No debe existir el derecho a cambiar de religión. Una persona nace en el seno de una determinada religión y debe mantenerse en ella, pues constituye un elemento esencial de la identidad personal, colectiva y nacional. Por supuesto, la conversión al islam constituye una excepción, porque en este caso se trata de entrar en una sociedad y en una estructura que sustituyen a todas las demás identidades y las hacen innecesarias.

 

En particular

 

1. Todo el Corán está transido por el anhelo de que todas las personas se unan en una sola comunidad religiosa, la Umma, que era la voluntad de Dios desde el principio. Sin embargo, la gente se dividió pronto en diferentes religiones, afirmando que su religión era la única verdadera (10,19; 11,118; 21,29; 43,33).

 

2. El islam es la religión última y perfecta, exclusiva y universal. Fue proclamada por Mahoma, el sello de los profetas, como el único camino verdadero para obtener la salvación (3,19.73.85.110; 5,3; 9,33; 43,28; 61,9).

 

«Él es quien ha mandado a su enviado con la dirección y la religión verdadera para que, a despecho de los asociadores, prevalezca sobre toda otra religión» (9,33; cf. 61,9).

 

Por tanto, es totalmente lógico que el islam y sus doctrinas se apliquen a toda la humanidad (7,158; 34,28). Las demás religiones son falsas (como la idolatría y el politeísmo), o provisionales o sólo parcialmente verdaderas (como lo son las religiones del libro, el judaísmo y el cristianismo). Esta religión única debe extenderse por todo el mundo mediante la proclamación (da wà, llamada o invitación al islam, que equivale al concepto cristiano de misión) y, si es necesario, mediante la espada. Desde una perspectiva histórica, el islam comenzó con una exhortación y una firmeza pacíficas frente a la persecución (en la Meca); posteriormente, también tomó la espada (en Medina). Tras la muerte del profeta, las grandes conquistas abrieron el camino al islam en muchos países. En los siglos siguientes, los musulmanes combatieron en numerosas guerras, tanto agresivas como defensivas, en el nombre del islam. En general, la conversión de las poblaciones al islam se realizó gradual y pacíficamente, tanto en las zonas ya conquistadas como en los territorios no musulmanes. En este proceso tuvieron un destacado papel los mercaderes musulmanes y las fraternidades religiosas. Sin embargo, no debería infravalorarse el efecto que la presión social tuvo en quienes no eran musulmanes y que vivían en el contexto de sociedades mayoritariamente islámicas. Los apologetas contemporáneos resaltan que el islam fue proclamado de modo totalmente pacífico, pero silencian las guerras combatidas bajo la bandera del islam (fî sabîl Allâh, literalmente, en el camino de Dios). Según estos apologetas, estas guerras, suponiendo que realmente ocurrieron, fueron siempre realizadas por legítima defensa.

 

3. El Corán proclama el principio de que toda persona es libre de creer o de no creer (10,40-45; 17,84.89.107), junto con el otro principio que hoy día tanto se repite: «No cabe coacción en religión» (lâ ikrâha fîl-dîn, 2,256). Pero el Corán también dice claramente que debe obligarse a creer a los politeístas y si no creen hay que matarlos (9,5; 48,16). Por otra parte, al pueblo del libro (judíos y cristianos) se les ofrece el estatus de pueblo protegido (dhimma): pueden mantener su religión – aunque es falsa y ha sido reemplazada por el islam – con su jerarquía y sus rituales, pero deben pagar un impuesto especial (jizya) y mantenerse como una realidad pequeña (es decir, insignificante y subordinada) (9,29). El musulmán que deja su religión, por convertirse a otra o por haber dicho o hecho algo contrario al islam, será condenado por Dios (3,85-90; 4,137; 16,108) y debe ser castigado con la muerte (2,217 ha sido interpretada de este modo por los juristas y se ha visto corroborada por numerosos hadith).

 

4. En tiempos recientes, muchos países islámicos, mediante sus representantes en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, han expresado su acuerdo con el principio de la libertad religiosa, tal como se formula en la Declaración Universal de Derechos Humanos (artículo 18, donde se subraya la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión), pero con la salvedad de que a nadie le está permitido apartarse de la religión verdadera (es decir, el islam).(71)

 

5. Influidos por la cultura contemporánea y el pluralismo ideológico, muchos musulmanes han desarrollado la actitud, ampliamente extendida en occidente, que sostiene la libertad de cada persona para seguir la voz de su conciencia. Otros musulmanes afirman que todas las religiones tienen el mismo valor, y, además, que el islam y el cristianismo están muy íntimamente relacionados e incluso prácticamente tienen el mismo contenido. No obstante, estas afirmaciones no deben entenderse en sentido sincretista o como indiferencia ante lo religioso. Más bien, son el testimonio de una afinidad fraternal entre quienes quieren vivir sobre la base de la fe. Algunos musulmanes apoyan la idea de una religión universal, aun cuando en la práctica equivaliera a una forma de sincretismo. Finalmente, hay musulmanes que creen que las religiones – en primer lugar el cristianismo y el islam – deberían adentrarse en un auténtico diálogo, intentando aproximarse más como hermanas y permitiendo a Dios que nos conduzca hasta donde quiera. La gran meta debe ser presentar al mundo el testimonio compartido de la fe en Dios.

 

III. La perspectiva cristiana

 

1. La buena noticia, tal como fue proclamada y vivida por Jesús, consiste en la revelación de Dios como el Padre de toda la humanidad, como aquel que todo lo abarca, como amor incondicional, sobre todo como aquel que ama especialmente a los humillados, los pobres, los pecadores, los marginados y los oprimidos. Jesús desea juntar a su propio pueblo y a todos los demás pueblos en el seno de este amor de Dios. Todo el mundo – en primer lugar los pobres – es llamado al reino de Dios, es decir, al dominio del amor de Dios.

 

2. En el Nuevo Testamento, que da testimonio de la fe de la primitiva iglesia apostólica, Jesucristo, la Palabra de Dios, es la revelación más plena, última y definitiva de Dios. En Jesucristo, Dios se dirige a toda la humanidad; así pues, el cristianismo es esencialmente universal. La historia muestra que, desde sus inicios, la Iglesia comprendió que su misión era universal, siendo consciente de que era una servidora del amor universal de Dios que reconcilia consigo todas las cosas (cf. 2 Cor 5,18-21; Ef 2,11-12).

 

3. Desde una perspectiva histórica, el cristianismo surgió y se extendió a partir de la fe dinámica de los apóstoles y de las primeras generaciones cristianas. Su testimonio y proclamación tuvieron un gran efecto, a pesar de, o tal vez por, la persecución. Tras el Edicto de Milán (313 d.C.), que garantizaba la plena libertad religiosa de la Iglesia, y que llevó a que muy pronto se convirtiera en la religión oficial del Imperio, el cristianismo llegó a enredarse en varios conflictos violentos, compartiendo la responsabilidad en la persecución de los herejes y haciéndole cargar con toda la presión social. Estos conflictos eran de naturaleza política, pero se presentaban como causas propias del cristianismo para conseguir todo el apoyo que necesitaban. Las cruzadas constituyeron un caso bien diferente, pues en este campo la principal motivación era de naturaleza esencialmente religiosa (la liberación del Santo Sepulcro). No deberíamos entender como expresión de un único modelo la relación entre el colonialismo y la misión. En algunos casos, los misioneros acompañaban o seguían a los colonizadores (por ejemplo, los portugueses y los españoles en los siglos XV y XVI); en otros casos, fueron los misioneros quienes llegaron antes (África central, China y Japón); y en otros casos, los misioneros se opusieron a la colonización (por ejemplo, Las Casas en América Latina; África occidental francesa).

 

4. La valoración de las religiones no cristianas desde la perspectiva de la fe cristiana ha experimentado un largo proceso de desarrollo: desde Justino (murió en el año 165), que hablaba de las semillas espirituales que en todos los pueblos aguardaban la Palabra de Dios para dar fruto, pasando por la posición de Agustín de Hipona (354-430), que, desplegando una retórica que nosotros hoy día encontramos excesivamente sutil, consideraba vicios incluso las virtudes de los paganos, hasta las teorías que atribuyen a los no creyentes una buena fe (bona fides) y sostienen que no serán condenados. Más recientemente, algunos teólogos piensan que hay elementos en la fe y en los valores morales de las naciones y las culturas del mundo que esperan su cumplimiento y clarificación bajo la luz de la encarnación de Dios en Jesucristo. Este pensamiento nos introduce en los puntos de vista que actualmente dominan el panorama teológico cristiano.

 

Entre los recientes intentos por desarrollar una teología adecuada de las religiones no cristianas, hay dos que merecen una particular atención (si bien el segundo es el que ha tenido un impacto mucho mayor).

 

a) Diferencia entre la fe y la religión. Esta teoría fue expuesta principalmente por los teólogos protestantes Karl Barth (1886-1968) y Dietrich Bonhoeffer (1906-1945), y, posteriormente, con algunos cambios, por teólogos católicos como Jean Daniélou (1905-1974). La religión es el movimiento natural de la creatura humana hacia Dios. Las religiones son la manifestación colectiva de la religión, que se traduce en rituales, formas de piedad, etc. Al menos, para el primer Barth, las religiones son meros productos humanos y se contrastan negativamente con la fe en la Palabra revelada. Daniélou las valora más positivamente; todo grupo humano, toda civilización, tiene su propia religión, por lo que podemos hablar de una religión celta, germánica, mediterránea, africana e india, y también podemos encontrar en la religión cristiana características comunes con estas religiones.

 

Por otra parte, la fe es la respuesta humana a la Palabra de Dios, a Dios, que toma la iniciativa de encontrarse con su creación y de preguntarle. Si la religión es el movimiento del alma humana hacia Dios, entonces la fe es la respuesta que los seres humanos dan a la Palabra de Dios que los alcanza mediante la revelación. Para Daniélou, la fe en Jesucristo debe encarnarse en toda religión. Puesto que la fe está conectada de un modo contextualmente relevante con las religiones y las culturas formadas por ellas, las transforma y las inviste de nuevo significado en sus rituales, leyes y tradiciones. Daniélou concluye diciendo que al aceptar la fe cristiana los seres humanos no cambian de una religión a otra, sino que su misma religión se ve reconfigurada y transformada.

 

b) Distinción entre revelación general y revelación especial. Este nuevo enfoque fue principalmente desarrollado por Karl Rahner (1904-1984), y, posteriormente, fue asumido en sus aspectos esenciales por otros teólogos. Desde el comienzo de la vida humana en la tierra, Dios nunca ha cesado de comunicarse con el género humano. Esta revelación general está atestiguada en la Biblia, en los relatos de Adán y de Noé, en el libro de la Sabiduría y en la carta de Pablo a los Romanos (1,19ss.). Las grandes religiones no cristianas son las manifestaciones más elevadas de esta revelación general. Pero, posteriormente, apareció la palabra de Dios de un modo especial en la historia del pueblo de Dios, comenzando con Abrahán, prosiguiendo con los patriarcas y los profetas, hasta que finalmente, en estos últimos días, se nos manifestó mediante Jesucristo, la Palabra de Dios hecha carne y plenitud de la revelación. En esta revelación especial, la autocomunicación de Dios, que también acontece en la revelación general, puede contemplarse en la historia, por así decirlo; tiene un rostro humano: Jesús de Nazaret. «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,9). La presencia de Dios en todas las religiones queda iluminada a la luz de esta revelación.

 

Pero incluso la revelación de Dios en Jesucristo sólo se desvelará plenamente en la parusía o la llegada de Cristo al final de los tiempos. La proclamación cristiana y el diálogo de la Iglesia con las demás religiones se dirigen precisamente hacia esta meta. Durante el período intermedio, la historia de las religiones, incluyendo las religiones no cristianas, contribuye a desvelar el sentido de la revelación. Comprendida de este modo, el reconocimiento de Jesucristo como la plenitud de la revelación, como la revelación de Dios en una persona, no necesita en absoluto que desaparezcan las otras religiones o que se les niegue la posesión de una cierta relación con Dios y un culto verdadero. Más bien, debería entenderse como una invitación a reconocer las demás revelaciones como diversas contribuciones al desvelamiento de la plenitud de sentido de la revelación. Los cristianos, por tanto, pueden enriquecerse mediante el diálogo interreligioso.

 

5. El cristianismo sólo puede ser fiel al Evangelio si se comprende como mensaje de paz y de reconciliación. De forma clara y contundente, Jesús se opuso a ser el Mesías político que esperaba su pueblo. Optó por morir en lugar de provocar una revolución política; por perdonar en lugar de buscar el poder y la venganza. Posteriormente, y como resultado del apoyo recibido del emperador Constantino el Grande (que reinó durante los años 306-337), la Iglesia estableció una relación tan estrecha con el Estado que, en ciertas ocasiones, llamaba a la guerra, la bendecía y la justificaba. Sin embargo, en las últimas décadas, la Iglesia y los papas han procurado usar todas las oportunidades posibles para promover la paz y la justicia. Es verdad que la Iglesia admite el derecho a la propia defensa, tanto de los individuos como de las naciones, y también el derecho, en ocasiones el deber, de oponerse a regímenes políticos que son claramente injustos. Sin embargo, los cristianos deben preferir la acción no violenta (que está muy lejos de no llegar a ser efectiva) y deben contribuir a la superación de las ideologías religiosas fanáticas, nacionalistas y teocráticas con su enorme potencial de violencia.

 

6. Durante bastante tiempo, la Iglesia pensaba que el mejor sistema de relaciones entre ella y el Estado era aquel en el que el cristianismo era reconocido como religión de Estado y en el que, por consiguiente, el error no tenía derecho alguno. Es verdad que, desde sus comienzos, la Iglesia siempre exigió la libertad de aceptar la fe cristiana sin perjuicio alguno de nadie; la Iglesia, en cambio, tenía más reservas con respecto al reconocimiento de la libertad de un cristiano para interpretar su fe independientemente, o de abandonar la fe o convertirse a otra religión (en este sentido debe entenderse la institución de la Inquisición). Ser conscientes del largo y doloroso desarrollo de la idea de libertad religiosa dentro del cristianismo, nos ayudará a comprender mejor ciertas actitudes, reacciones y dificultades de la parte musulmana.

 

Desde el Concilio Vaticano II y su Declaración sobre la Libertad Religiosa, la actitud de la Iglesia sobre este asunto ha sido totalmente clara, al menos institucionalmente: la libertad religiosa es uno de los derechos fundamentales y absolutos de los seres humanos. El modo de llevar a cabo la misión debe caracterizarse por el respeto a la dignidad y a la visión del otro. La misión debe realizarse como testimonio en el contexto y mediante una verdadera relación dialogal. Por su propia esencia, la fe sólo puede presentarse como una invitación (cf. 2 Cor 5,20); siempre debe proponerse, jamás imponerse. Toda persona es libre y responsable de tomar sus opciones con la luz de su conciencia y teniendo presente a Dios.

 

IV. Las respuestas del cristiano

 

1. El pluralismo religioso

 

El pluralismo religioso es un misterio. Por una parte, tiene algo que ver con el respeto que Dios tiene a la libertad humana, y, por otra, con las condiciones propias del desarrollo religioso y cultural. Durante miles de años, los grupos humanos vivieron aislados entre sí, en Europa, Asia y América. Por el contrario, nuestro mundo se caracteriza por una diversidad de interconexiones y por la consciencia de la dependencia que tenemos unos de otros. Es cierto que aún se producen tensiones y conflictos violentos entre los grupos humanos. Las religiones tienen un importante papel que jugar en este campo, pues comparten la responsabilidad de lograr una mayor justicia así como la armonía entre las naciones, los bloques económicos y las culturas de nuestro mundo. Debe evitarse todo conflicto entre las religiones – como las polémicas y el proselitismo salvaje –, y también el sincretismo, que destruye la originalidad y la autenticidad de la religión. Sólo el diálogo, junto con el proceso de mutuo aprendizaje que implica, puede abrir a las religiones entre sí de modo que la gente aprenda a vivir conjuntamente en la diversidad y consigan conocerse y comprenderse mejor. No se trata de negar las diferencias, sino, más bien, de captar qué nos deparan realmente. El diálogo no excluye en modo alguno dar testimonio de la propia fe e invitar a los demás a reconocer lo que uno ha llegado a considerar como verdadero y valioso. Los creyentes de las diferentes religiones deben intentar identificar aquellos aspectos sobre los que es posible dar un testimonio creyente común, junto con una auténtica búsqueda de la unidad, con una humilde actitud de sometimiento a la voluntad de Dios.

 

2. La pluralidad de las religiones universales

 

Tanto el islam como el cristianismo afirman que son universalmente válidos. No hay razón alguna que justifique el abandono de esta pretensión. Todo depende de los métodos que ambas religiones usen para expresar y desarrollar sus pretensiones universales. Actualmente, no debería haber espacio alguno para los métodos que se apoyan principalmente en la ambición personal o colectiva: el apoyo de las autoridades políticas; la violencia; la guerra; la coacción en todas sus formas y manifestaciones. El único camino que es aceptable y digno para Dios y para la humanidad en orden a obtener el reconocimiento universal de los valores cuya verdad y validez se sostienen, es el testimonio de una fe viva y el diálogo sincero, además del necesario respeto a la libre decisión de la conciencia humana.

 

3. Las religiones y la responsabilidad en las guerras

 

Debemos admitir que en el pasado las religiones han sido responsables de guerras, o al menos han tenido gran parte de responsabilidad, y que actualmente no podemos afirmar que hayan dejado de tenerla. El amplio panorama contiene tanto luces como sombras. En más de una ocasión a lo largo de la historia, el factor religioso ha impedido o ha moderado la violencia. Pensemos, por ejemplo, en la tregua de Dios durante la Edad Media, o en las estrictas condiciones que la ley islámica exige para hacer una guerra justa, o en la atención a los prisioneros de guerra o a las víctimas inocentes exigida por las religiones. Además, la razón principal de las denominadas guerras de religión no era tanto la hostilidad entre las mismas religiones, sino, más bien, la búsqueda del poder por parte de individuos o de grupos (imperios, dinastías y naciones) que usaban la religión para lograr su ambición personal o colectiva. Finalmente, en lo que respecta a los conflictos contemporáneos, es importante que indaguemos críticamente en la información suministrada antes de alegar motivaciones religiosas. Por ejemplo, sería muy simplista designar como meramente religioso el conflicto en el Líbano, Irlanda del Norte, los Balcanes, Filipinas y Afganistán. La realidad es que en la mayoría de estos casos las autoridades religiosas, lejos de haber incitado a estos conflictos, siempre han estado, por el contrario, comprometidas con la paz y la reconciliación.

 

4. La libertad religiosa(72)

 

La libertad religiosa es uno de los derechos inalienables de toda persona. Suprimirla o limitarla es mofarse de Dios y de la humanidad. La unión entre la religión y el Estado (o, incluso actualmente, la unión entre el nacionalismo y el Estado o entre el ateísmo práctico del capitalismo o del socialismo con el aparato del Estado), ha sido el principal responsable de los abusos cometidos en este campo, tanto en el pasado como en la actualidad. Todas las religiones tienen derecho a liberarse de estos sistemas y a vencer totalmente su resistencia a la implementación efectiva de la libertad religiosa.

 

Toda persona, cristiana o musulmana, está comprometida a vivir solidariamente en su propia comunidad o grupo religioso y a procurar su paz y prosperidad, ya se trate de la Umma, la Iglesia o cualquier otro grupo. Al mismo tiempo, es importante mostrar un profundo respeto a las decisiones libres tomadas con buena conciencia con respecto a la fe y a la adhesión religiosa. El único principio vinculante en esta esfera es seguir la voz de la propia conciencia, es decir, la conciencia que busca auténticamente la verdad. La comprobación de la rectitud del corazón compete exclusivamente a Dios. La fe y la religión sólo pueden ser auténticas si la gente es totalmente libre de optar por ellas o de rechazarlas. De este modo, todos nos vemos desafiados a buscar constantemente la voluntad de Dios.

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  • (71) Véase Islamochristiana 9 (1983) 158-159.
  • (72) Con la Declaración Dignitatis humanae del Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica se comprometió irreversiblemente con el principio de la libertad religiosa en la sociedad.

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J. Prof. Dr. T. Specker,
Prof. Dr. Christian W. Troll,

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