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La divinidad de Jesús y la encarnación

I. Las preguntas del musulmán

 

  • Jesús es un eslabón en la cadena de los profetas. ¿Cómo puede, entonces, ser superior a Mahoma, que es el sello de los profetas?
  • A Jesús se le considera un gran profeta, que nació de modo milagroso, sin la intervención de un padre, y que realizó grandes milagros. Ahora, ¿justifica esto su divinización?
  • ¿Cómo puede un ser humano ser al mismo tiempo Dios?
  • ¿Cómo puede Dios dejar morir en la cruz a su profeta? ¿Cómo podemos imaginar que un Dios sufra y muera?

 

II. La perspectiva musulmana

 

En general

 

Que Dios sea trascendente significa que es completamente diferente de todo lo creado. El musulmán siente un tremendo horror ante todo intento de asociar cualquier cosa creada o persona con Dios, o de colocarla a su lado (shirk) o de asimilarla a él (tashbîh). Este sentimiento está en total sintonía con el Corán, que condena estos intentos constante y vehementemente.

 

Los títulos que los cristianos aplican a Jesús (por ejemplo, Hijo de Dios) o a María (la Madre de Dios), suenan a blasfemia a los oídos de los creyentes musulmanes.

 

De igual modo, las representaciones realistas de Jesús crucificado son ofensivas para ellos, pues el islam se opone a la realización de imágenes de los seres humanos y especialmente de los profetas.

 

En particular

 

El Corán subraya frecuentemente la trascendencia de Dios: No hay que se le asemeje (42,11). Es el creador de todo y se diferencia radicalmente de todo lo creado.

 

Jesús ocupa un lugar destacado en la larga sucesión de profetas:

 

« Le regalamos a Isaac y a Jacob. Dirigimos a los dos. A Noé ya le habíamos dirigido antes y, de sus descendientes, a David, a Salomón, a Job, a José, a Moisés y a Aarón. Así retribuimos a quienes hacen el bien. Y a Zacarías, a Yahyâ, a Jesús y a Elías, todos ellos de los justos. Y a Ismael, a Eliseo, a Jonás y a Lot. A cada uno de ellos le distinguimos entre todos los hombres, así como a algunos de sus antepasados, descendientes y hermanos. Les elegimos y dirigimos una vía recta» (6,84-87; Yahyâ = Juan el Bautista).

 

« … Dimos a Jesús, hijo de María, las pruebas claras, y le fortalecimos con el Espíritu Santo» (2,253).

 

Jesús, el profetizado – literalmente confirmado (3,39) – por Juan el Bautista (Yahyâh), nació de la Virgen María sin intervención de padre humano:

 

« Le enviamos nuestro Espíritu, y éste se le presentó como un mortal acabado. Dijo ella: Me refugio de ti en el Compasivo, si es que temes a Dios. Dijo él: Yo soy sólo el enviado de tu Señor para regalarte un muchacho puro. Dijo ella: ¿Cómo puedo tener un muchacho si no me ha tocado mortal, ni soy una ramera?. Dijo él: Así será. Tu Señor dice: Es cosa fácil para mí. Para hacer de él signo para la gente y muestra de nuestra misericordia. Es cosa decidida. Quedó embarazada de él y se retiró con él a un lugar alejado» (19,17-22).

 

Jesús predicó un monoteísmo puro y realizó grandes milagros. Los judíos intentaron crucificarlo, pero Dios lo salvó elevándolo junto a sí. Vendrá de nuevo al final de los tiempos como signo de la inmediatez del fin del mundo y del día del juicio:

 

«Cuando Dios dijo: ¡Jesús! Voy a llamarte a mí, voy a elevarte a mí, voy a librarte de los que no creen y poner, hasta el día de la resurrección, a los que te siguen por encima de los que no creen. Luego, volveréis a mí y decidiré entre vosotros sobre aquello en que discrepabais» (3,55).

 

«Y por haber dicho: Hemos matado a Cristo Jesús, el hijo de María, el enviado de Dios, siendo así que no le mataron ni le crucificaron, sino que les pareció así. Los que discrepan acerca de él, dudan. No tienen conocimiento de él, no siguen más que conjeturas. Pero, ciertamente, no le mataron, sino que Dios lo elevó a sí. Dios es poderoso y sabio (4,157-158).

 

«Él [Jesús] decía… La paz sobre mí el día que nací, el día que muera y el día que sea resucitado a la vida» (19,33).

 

Jesús profetizó la venida de Ahmad (uno de los nombres del profeta Mahoma):

 

«Y cuando Jesús, hijo de María, dijo: ¡Hijos de Israel! Yo soy el que Dios os ha enviado, en confirmación de la Torá anterior a mí, y como nuncio de un Enviado que vendrá después de mí, llamado Ahmad» (61,6).

 

Jesús también niega que se hubiera llamado Dios a sí mismo:

 

«Y cuando dijo Dios: ¡Jesús, hijo de María! ¿Eres tú quien ha dicho a los hombres. ¡Tomadnos a mí y a mi madre como a dioses, además de tomar a Dios!. Dijo: ¡Gloria a ti! ¿Cómo voy a decir algo que no tengo por verdad? Si lo hubiera dicho, tú lo habrías sabido. Tú sabes lo que hay en mí, pero yo no sé lo que hay en ti. Tú eres quien conoce a fondo las cosas ocultas. No les he dicho más que lo que tú me has ordenado: ¡Servid a Dios, mi Señor y Señor vuestro!...» (5,116-117).

 

El Corán llama a Jesús una Palabra de Dios y Palabra de Dios. También lo llama un espíritu de Dios, pero nunca dice que es Hijo de Dios:

 

«Cuando los ángeles dijeron: ¡María! Dios te anuncia la buena nueva de una Palabra que procede de él. Su nombre es el Ungido, Jesús, hijo de María, considerado en la vida de acá y en la otra y será de los allegados« (3,45).

 

«¡Oh gente del Libro! ¡No exageréis en vuestra religión! No digáis de Dios sino la verdad: que el Ungido, Jesús, hijo de María, es solamente el enviado de Dios y su Palabra, que él ha comunicado a María, y un espíritu que procede de él. ¡Creed, pues, en Dios y en sus enviados! ¡No digáis: Tres! ¡Basta ya! Será mejor para vosotros. Dios es un único Dios. ¡Sea él alabado y exaltado por encima de tener un hijo! Suyo es lo que está en los cielos y lo que está en la tierra. Y Dios basta como protector (4,171).

 

«Di: Él es Dios, Un, Dios, el Eterno. No ha engendrado, ni ha sido engendrado. No tiene par» (112).

 

«No creen, en realidad, quienes dicen: Dios es el Ungido, hijo de María, siendo así que el mismo Ungido ha dicho: ¡Hijos de Israel, servid a Dios, mi Señor y Señor vuestro! (5,72)..

 

«Los judíos dicen: Uzayr es el hijo de Dios. Y los cristianos dicen: Cristo es el hijo de Dios. Eso es lo que dicen de palabra. Remedan lo que ya antes habían dicho los infieles. ¡Que Dios les maldiga! ¡Cómo pueden ser tan desviados! Han tomado a sus doctores y a sus monjes, así como al Ungido, hijo de María, como señores, en lugar de tomar a Dios, cuando las órdenes que habían recibido no eran sino servir a un Dios Uno. ¡No hay más dios que él! ¡Gloria a él! ¡Está por encima de lo que le asocian!» (9,30-31).

 

Tras este elenco de algunas de las citas coránicas sobre Jesús, debe advertirse que aunque le otorga una posición de gran dignidad, de hecho le dedica mucho más espacio a Abrahán y a Moisés.

 

La tradición teológica musulmana tiende a subrayar la particularidad de Jesús (su concepción sin un padre, sus milagros, sus títulos Palabra de Dios y Espíritu de Dios) en sintonía con lo que se considera normal para los profetas. «Para Dios, Jesús es semejante a Adán, a quien creó de tierra y a quien dijo: ¡Sé! y fue» (3,59). La creación de Adán sin necesidad de un padre ni una madre se considera igual de milagrosa que la concepción de Jesús sin la intervención de un padre. El título Palabra de Dios sólo indica que es un profeta o remite a la acción creadora de la Palabra de Dios, que hizo que fuera concebido en el seno de María. En cualquier caso, Mahoma es un profeta mayor que Jesús, puesto que es el sello de los profetas (33,40).

 

Esta perspectiva se encuentra también en una tendencia de la mística islámica (el sufismo), que distingue entre Jesús y Mahoma. Jesús es el sello de la santidad, aquel que ha sido plenamente agraciado con la Palabra y el Espíritu de Dios, mientras que Mahoma es el sello de los profetas. Mahoma es el profeta por antonomasia.

 

En las publicaciones más recientes se presenta a Jesús como un hombre justo que sufrió la persecución (Kâmil Husayn), como profeta del amor (Abbâs Mahmûd Aqqâd), como el liberador de la humanidad (Khâlid Muhammad Khâlid), o bien como un personaje que inspira lo mejor del ser humano (Fathî Uthmân).

 

En la piedad musulmana Jesús no juega ninguna función especial; su influencia es incluso inferior a la de María. Para los musulmanes, la persona y la función de Jesús ha sido sobrevalorada por los cristianos; la deificación cristiana de Jesús es una blasfemia. Además, a lo largo de la historia, los cristianos han procedido constantemente, en nombre de la cruz de Cristo, de forma agresiva contra el mundo islámico.

 

III. La perspectiva cristiana

 

1. Desde el ministerio terrenal de Jesús hasta la fe pascual

 

Según los resultados de la exégesis contemporánea, Jesús era un hombre verdadero, pero en él se acerca al mundo el reinado de Dios. En su proclamación y en sus obras se revela Dios como padre suyo y padre nuestro. Jesús nació y creció como cualquier otro ser humano. Tras dejar familia y hogar en Nazaret fue bautizado por Juan el Bautista. Fue éste un momento crucial, porque experimentó, mediante el Espíritu Santo, que Dios le decía que era su Hijo amado y, al mismo tiempo, le confiaba una misión como su siervo. El vocabulario usado en el bautismo de Jesús (por ejemplo, Mc 1,11) evoca los pasajes del Antiguo Testamento que, por una parte, hablan del rey de Israel (Sal 2,7) y, por otra, de un misterioso siervo de Dios mediante cuyo extremado sufrimiento se extenderá la salvación desde Israel hasta los confines de la tierra (Is 42,1-7; cf. también Is 49,1-7; 50,4-11; 52,13-53,12).

 

Jesús decía que era superior a todos los profetas y maestros de la Ley que le habían precedido. Un maestro de la Ley siempre dice: «Moisés ha dicho…». El profeta afirma: «Así dice el Señor…». Pero Jesús, sin apelar a ninguna autoridad superior, afirma simplemente: «En verdad os digo…». En esta perspectiva, resulta especialmente llamativo el comentario que hace en su pueblo (Lc 4,14-30), en Nazaret, donde dice efectivamente: «Soy aquel en quien se hace realidad lo que se había prometido a los profetas». Y, por último, al hablar de Dios, Jesús no se colocaba con sus destinatarios en la misma posición ante aquel a quien llamaba Padre. Más bien, distinguía entre vuestro Padre y mi Padre. Todos los seres humanos son hijos de este Padre, pero solamente Jesús es el Hijo en sentido absoluto.

 

Quienes le escuchaban, rápidamente se daban cuenta de que debían aceptar estas pretensiones, sin precedente conocido, y, por consiguiente, consagrarse totalmente a él y a su enseñanza, o bien debían considerarlo un blasfemo y un impostor de gran calibre. Aquellos que optaron por no creer en él, se comportaron coherentemente al arrestarlo y ejecutarlo, pues le condenaron por su propia ley como un blasfemo y por la ley de Roma como un perturbador de la paz. Estaban convencidos de que estaban haciendo lo correcto. De hecho, no ocurrió nada cuando, estando en la cruz, se burlaron de él diciendo: «Ha salvado a otros, pero no puede salvarse a sí mismo» (Mc 15,31).

 

Bien sabemos lo que ocurrió a continuación. La total desesperación de los discípulos, que habían perdido toda esperanza (Lc 24,21), no duró mucho. Jesús se les apareció como el Viviente resucitado de entre los muertos. Este acontecimiento les hizo, como también a quienes llegaron a creer por su testimonio, reflexionar sobre cómo podían expresar más adecuadamente lo que debía decirse sobre Jesús. Lo llamaron el Hijo de Dios; de igual modo, le dirigían su oración y confesaban su fe en él. Ciertamente, es posible expresar lo que querían decir mediante ese título de otro modo, especialmente en nuestros días. Pero Hijo de Dios era un título particularmente apropiado para confesar y proclamar la fe, como lo ha sido siempre desde entonces.

 

Además, el mismo Jesús insinúa que este título era verdadero. En los evangelios encontramos frecuentes pasajes en los que Jesús se llama a sí mismo el Hijo o bien la gente se pregunta si él es el el Hijo de Dios (por ejemplo, Mt 16,16; Mc 14,61-62; Lc 1,32). Y, dado que llama tan enfáticamente a Dios mi Padre, ¿cómo puede ser erróneo llamarlo el Hijo de Dios?

 

Decir que Jesús es el Hijo de Dios significaba dejar totalmente claro que es único, que es mucho más que un simple hombre. Aplicar este título a Jesús era altamente polémico, pues la fe cristiana eliminaba así todas las imágenes (sublimes o estrafalarias) que los judíos y los griegos se habían formado de los hijos de los dioses. Frente a ellos, los cristianos insistían en que el Hijo de Dios no era sino Jesús – el Jesús polémico, objeto de burla, perseguido y ejecutado. No sorprende en absoluto que los poderosos no toleraran semejante pretensión.

 

El hecho de llamar Señor a Jesús suscitaba problemas similares. La versión griega del Antiguo Testamento, que ya era usada en tiempos de Jesús, utilizaba esta misma palabra (Kurios) para traducir el nombre hebreo Yahvé, aunque Kurios también podía significar amo, dueño. Kurios era para los griegos un título de la divinidad, por lo que era totalmente lógico que César se lo aplicara dado que exigía que se le venerase como a un dios. Así pues, el martirio era el inevitable destino de aquellos cristianos que, oponiéndose a dar culto al César, insistían afirmando: Sólo Jesús es Señor.

 

2. El desarrollo de la doctrina de la Iglesia sobre la persona de Jesús

 

La doctrina de la Iglesia es totalmente clara: Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre. Es un verdadero ser humano, nuestro hermano. Nace de una madre, crece y madura, aprende un trabajo, siente hambre y sed, se alegra y es compasivo, y también se angustia y se llena de ira. Es un ser humano, con cuerpo y con alma, verdaderamente uno de nosotros, cercano a nosotros. Es esta fe en la realidad de la encarnación, que para los cristianos justifica las representaciones artísticas de María y de Jesús, lo que resulta altamente cuestionable para los musulmanes.

 

A lo largo de los siglos, la Iglesia ha mantenido con total determinación esta doctrina. A muchos les parecía mucho más fácil creer en un Dios que sólo estuvo aparentemente en la tierra y sólo aparentemente vivió y sufrió. Ahora bien, en ese caso, Dios no habría verdaderamente entrado en nuestra humanidad, por lo que sólo habríamos sido aparentemente redimidos. Pero, Dios se hizo realmente humano por causa del ser humano, y, así, fue salvada toda nuestra humanidad. No obstante, la Iglesia siempre ha confesado al mismo tiempo que Jesús es Señor, un título que equivale nada más y nada menos que al nombre de Yahvé.

 

Para la fe cristiana es fundamental la confesión de que el Hijo de Dios es uno de nosotros, con todo lo que esto implica, menos en el pecado. Por consiguiente, Jesús es una persona divina y humana. Los cristianos han luchado durante siglos con la índole abisal del sentido de esta afirmación. Ha sido necesario rechazar muchas herejías que ponían el énfasis unilateralmente en la naturaleza humana o en la naturaleza divina de Jesús. Él es plenamente humano y plenamente divino, aunque no puede llegar a explicarse de un modo exhaustivo y definitivo. Plenamente humano, con un alma humana y con una voluntad humana, de modo que con su humanidad obediente pudiera redimir a nuestra humanidad. Y, sin embargo, también plenamente Dios, de la misma naturaleza que el Padre, tal como lo expresó la Iglesia en el Concilio de Nicea (año 325). La divinidad y la humanidad están unidas en la persona del Redentor. De este modo, es posible llegar a tener una experiencia personal de Dios. El creyente se encuentra con el Jesús humano, y así también se encuentra con el mismo Dios.

 

En respuesta a las preguntas de los musulmanes no puede silenciarse que la fe en Jesús como el Hijo de Dios encarnado constituye un elemento esencial del credo apostólico. Sólo bajo la acción del Espíritu Santo, podemos confesar y proclamar con fe a Jesús como el Señor (1 Cor 12,3).

 

La fe cristiana en Jesús se comprende como la respuesta, posibilitada por el Espíritu Santo, a la persona histórica Jesús de Nazaret. El hecho de que la profesión de fe cristiana sea una respuesta de la fe, implica que no puede exigirse a otros que no la comparten. Debemos reconocer que se dan otras interpretaciones: la marxista, la de Brahmo Samâj (movimiento reformista hindú del siglo XIX), la musulmana, la judía, etc.

 

Con respeto a este particular, debemos hacer dos observaciones. En primer lugar, deben respetarse las exigencias de la crítica histórica y literaria, al menos cuando se fundamentan en un trabajo seriamente científico y no son el producto de la mera imaginación. Y, en segundo lugar, debería admitirse, incluso por quienes no comparten la fe, que, dentro de la variada gama, la interpretación cristiana es una interpretación posible.

 

IV. Las respuestas del cristiano

 

1. El misterio de la divinidad y de la encarnación de Jesús ocupa un lugar central en la fe cristiana. La fe en la encarnación no significa para el cristiano una divinización de lo humano. En la encarnación asume la Palabra eterna de Dios una naturaleza humana y así se hace hombre. La expresión Hijo de Dios sirve para indicar el origen divino de Jesús, así como que en él se ha hecho presente Dios en la humanidad de una forma total y única. No pretende ser una afirmación biológica, como si Dios fuera un progenitor humano. A este respecto, puede ser útil un texto del IV Concilio de Letrán: «Esta realidad [la naturaleza divina] no engendra ni es engendrada» (Denzinger-Hünermann 804)(7). Tal afirmación concuerda con la sura 112,3: «Él no es concebido ni ha sido concebido… (lam yalidwa lam yûlad)». Sin embargo, el contexto del versículo coránico es diferente. El Corán protesta aquí, sobre todo, contra el politeísmo de la Meca, que sostenía que Dios procreaba biológicamente, y sólo en segundo lugar se refiere a la doctrina cristiana sobre Jesús.

 

2. En el capítulo IX abordaremos la cuestión suscitada más arriba sobre la historia de la agresión militar en el nombre de Cristo.

 

3. Entre la doctrina cristiana de la encarnación y las afirmaciones del Corán existen puntos de contacto que pueden parecerles razonables a los musulmanes. Algunos musulmanes admiten que el Corán ocupa el mismo lugar central en la fe musulmana que Jesús entre los cristianos (Muhammad Talbi). Un musulmán cree que la Palabra de Dios (kalâm Allâh) está eternamente en Dios (kalâm nafsí), e incluso, según algunos teólogos, que es idéntica con su esencia. Ésta se reveló en forma de una Escritura, el Corán, y así la Palabra de Dios se hizo Libro (kalâm lafzí). Un cristiano cree que Jesús es la Palabra de Dios (kalimat Allâh), pero en un sentido diferente a la concepción coránica expresada por el título kalimat Allâh. La fe cristiana confiesa que Jesús de Nazaret, el Señor crucificado y resucitado, es la definitiva y total revelación de Dios en la historia.

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  • (7) Norman P. Tanner (ed.), Decrees of the Ecumenical Councils, vol. I (Londres/Washington 1990) 232.

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