Dios, Uno y Trino
I. Las preguntas del musulmán
- ¿Sois realmente monoteístas (muwahhidûn)?
- ¿Creéis en tres dioses?
- ¿Quiénes son estos dioses?
- ¿Cómo puede llamarse a Dios Padre o Hijo?
II. La perspectiva musulmana
En general
1. Au centre de la foi islamique, il y a le monothéisme conséquent.
«Di: Él es Alá [Dios], el Uno y el Único; Alá, el Eterno, Absoluto; no engendra, ni ha sido engendrado. No tiene par» (112).
2. El islam está profundamente convencido de que no es posible comprehender a Dios mediante palabras tan humanas como Padre o Hijo, que expresan principalmente realidades carnales. Los cristianos se han habituado tanto a dar a estas dos palabras un sentido espiritual que se han olvidado de su sentido más obvio.
3. La explicación teológica de la Trinidad mediante los conceptos de naturaleza (tabî a) y persona (shakhs, uqnûm) no sirve de gran ayuda. De los equivalentes árabes de persona, shakhs expresa la idea de una forma visible, mientras que uqnûm (el término técnico usado en la teología cristiana árabe) suena raro a los árabes contemporáneos. El término tabî a se refiere a la naturaleza creada.
4. El Corán entiende la doctrina trinitaria como un triteísmo y dice que los cristianos tienen tres dioses: Alá, Jesús y María; una perspectiva que el Jesús coránico condena expresamente:
«Y cuando dijo Dios: ¡Jesús, hijo de María! ¿Eres tú quien ha dicho a los hombres: Tomadnos a mí y a mi madre como a dioses, además de tomar a Dios?. Dijo: ¡Gloria a ti! ¿Cómo voy a decir algo que no tengo por verdad? Si lo hubiera dicho, tú lo habrías sabido. Tú sabes lo que hay en mí, pero yo no sé lo que hay en ti. Tú eres quien conoce a fondo las cosas ocultas» (5,116).
5. El Corán no hace referencia alguna a la doctrina cristiana del Espíritu Santo como tercera persona de la Santísima Trinidad.
En particular
1. Para el Corán, los cristianos y los judíos son la gente del Libro (ahl al-kitâb). Sin embargo, no queda claro en el Corán si debe considerarse a los cristianos monoteístas (2,62; 3,110-115; 4,55; 5,69.82), incrédulos (kuffâr: 5,17.72-73; 9,30) o idólatras (literalmente asociadores [mushrikûn]: 5,72; 9,31).
2. El Corán reprocha a los cristianos que hablen de tres (thalâtha) para referirse a Dios (4,171). Dicen que Dios es el tercero de tres (5,73), lo que parecería incluir a Jesús y a María (5,116)(21). Dicen que Jesús es Dios (5,72.116) o el Hijo de Dios (9,30, donde se usa el término árabe ibn, que significa hijo; en 19,34-35 se utiliza el término walad, aunque en verdad el único Dios verdadero no engendra, ni es engendrado (lam yalid wa lam yûlad, 112,3).
3. Los exégetas y teólogos musulmanes han usado una amplia gama de perspectivas sobre la comprensión cristiana de Dios. Fakhr al-dîn Râzi (1149-1209), uno de los grandes comentaristas del período clásico, reconoce que ningún cristiano de su época afirmaba que María formaba parte de la Trinidad: la referencia que hallamos en el Corán se debe a la versión de la fe cristiana de una secta que ya había desaparecido. Muchos eruditos musulmanes modernos han seguido la opinión de Râzi.
4. También encontramos entre los teólogos musulmanes algunas explicaciones asombrosamente perspicaces sobre la doctrina de las tres personas divinas. Muchos llegan incluso a admitir que el cristianismo es una auténtica forma de monoteísmo. Sin embargo, la mayoría de los musulmanes siguen pensando que los cristianos son triteístas.
III. La perspectiva cristiana
1. ¿Quién es Dios?
Los cristianos son totalmente monoteístas y tienen la tarea de defender el monoteísmo que han recibido de Israel. Dios es uno. En este marco creen que Dios se ha revelado como Señor y Salvador en y mediante Jesucristo. Tal convicción implica que Dios se ha hecho presente en Jesucristo, pero no significa que Dios se haya hecho totalmente presente en Jesús, sin quedarse sin nada de sí. La humanidad de Jesús no absorbe la divinidad y la divinidad no elimina la humanidad. Desde los mismos comienzos del cristianismo, estos puntos constituyeron el fundamento de la reflexión teológica y de la experiencia espiritual que condujo a la doctrina de la Trinidad. La Buena Noticia (evangelium) que hemos recibido de Jesús no reside solamente en que Dios existe y que es uno, sino que también nos dice quién es Dios. Jesús conduce a sus discípulos al conocimiento amoroso de Dios y a la comunión con él:
«Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo» (Heb 1,1-2). Él envió a su Hijo, la Palabra eterna, que ilumina a todo hombre, para poder morar entre los hombres y para que les contara las realidades más profundas sobre Dios (cf. Jn 1,1-18). Por tanto, Jesucristo, la Palabra hecha carne, enviado como un hombre a los hombres (Epístola a Diogneto 7,4), habla las palabras de Dios (Jn 3,34), y lleva a término la obra de la salvación que su Padre le mandó hacer (cf. Jn 5,36; 17,4). Ver a Jesús es ver a su Padre (Jn 14,9). Por esta razón, Jesús perfeccionó la revelación al cumplirla totalmente haciéndose presente en toda su obra y manifestándose mediante sus palabras y acciones, sus signos y sus milagros, pero, sobre todo, mediante su muerte y gloriosa resurrección de entre los muertos y el envío final del Espíritu de la verdad. Además, confirmó con testimonio divino lo que proclamaba la revelación: que Dios está con nosotros para liberarnos de la oscuridad del pecado y de la muerte, y para resucitarnos a una vida eterna.(22)
2. Padre e Hijo
A partir de las acciones, el comportamiento y las palabras de Jesús, los primeros testigos inspirados (apóstoles y evangelistas) usaron la palabra Hijo para indicar la exclusiva relación entre Jesús de Nazaret y aquel a quien llamaba su Padre y a quien oraba con las palabras Abba, Padre. Vieron en las acciones de Jesús su pretensión de ejercer un verdadero poder divino, como, por ejemplo, al perdonar los pecados. Concluyeron, por tanto, que en Dios hay una distinción entre el origen de todo, la fuente del ser y de la vida (el Padre), y aquel a quien esta fuente da la vida, el primogénito de toda la creación (el Hijo). Este Hijo recibe todo su ser del Padre en una relación de total sumisión y amor. Así pues, Jesús no existe por sí mismo; depende totalmente del Padre, que es quien le da todo cuanto él es. Es, por tanto, un reflejo del Padre, como el Padre, y lo recibe todo de él. El concepto Palabra, desarrollado en el pensamiento griego clásico, ayuda a iluminar la relación entre el Padre y el Hijo en el seno de Dios. La palabra surge de la inteligencia para expresar su naturaleza; la palabra es distinta de la inteligencia y al mismo tiempo la manifiesta. Esta es la Palabra que en Jesucristo se hace carne, se hace humana.
3. Mediante la Palabra en el Espíritu
El Padre engendra la Palabra-Hijo y mediante él crea el mundo, pues la Palabra de Dios es creadora, trae a la existencia todo cuanto existe. Toda la creación lleva en sí misma la marca de esta Palabra del Padre y puede ser fuente para conocer a Dios (tal como enseñaban los Padres de la Iglesia al hablar de las semillas de la Palabra). Esta creación encuentra su plenitud en los seres humanos, creados por Dios a su imagen y semejanza (Gn 1,26). Los seres humanos alcanzan su plenitud al redescubrir su semejanza con Dios mediante el camino que con este objetivo ha sido abierto por la Palabra que se ha hecho carne. A través de Jesús, la humanidad puede entrar en una relación justa con el Padre, la fuente de la vida de Jesús. Esta justicia, es decir, la justificación con que Dios relaciona a los seres humanos consigo mismo, es la obra del Espíritu Santo en nosotros (como en Jesús). El Espíritu del amor divino hace posible que lleguemos a ser hijos del Padre y hermanos y hermanas del Hijo, las relaciones a las que estamos destinados por y mediante la Palabra de Dios. El apóstol Pablo nos dice que podemos llamar a Dios Abba (Gal 4,6) mediante el Espíritu Santo. Así que somos hijos de Dios por adopción. Vivimos por, con y en Jesús (cf. la doxología de la plegaría eucarística).
4. Padre, Hijo y Espíritu
En esta perspectiva, aparece una segunda diferencia dentro de Dios. Ya en el Antiguo Testamento se menciona al Espíritu, mediante el que se designa el poder creador de Dios, el aliento divino de vida (ruah en hebreo, rûh en árabe). Este mismo Espíritu inspiró a los profetas y condujo al pueblo de Israel, dirigió la mente del pueblo hacia el conocimiento del Dios verdadero y orientó su historia de modo que pudieran someterse a la voluntad de Dios. Mediante el Espíritu, el Creador mantiene una relación viva con su creación y la creación se mantiene abierta a la actividad del Creador. Jesús confirma esta revelación, sobre todo en su propia persona, puesto que es concebido por el Espíritu Santo, que une en él la divinidad y la humanidad. Por el Espíritu Jesús es el Hijo de Dios y es el Espíritu (especialmente en el Evangelio de Lucas) el origen de su actividad. Pero Jesús también nos dice que este Espíritu es el que crea la comunión que lo vincula con el Padre y los hace uno. Sin embargo, esta relación tiene que ser necesariamente divina: sólo Dios puede unir con Dios. Este Espíritu es, por tanto, de la misma naturaleza que el Padre y el Hijo: es divino. Es el vínculo de comunión dentro del mismo Dios, el principio de la unidad de Dios. Como amor recíproco entre el Padre y el Hijo no es sólo un atributo divino, sino que es verdaderamente Dios. De ahí, la antigua práctica entre los primeros cristianos de dirigir la oración al Padre, mediante el Hijo, en el Espíritu. Regresamos al origen de nuestra vida mediante Jesús, a quien seguimos, en el Espíritu, que nos da en el bautismo y que nos vincula al Padre como sus hijos de adopción.
5. Comunión en el amor
El Espíritu es, por tanto, la ley interior que guía a los cristianos por el camino de Dios. Dio la vida a Jesús y también nos da la vida a nosotros. Así, toda la creación es llamada a entrar en la comunión amorosa que Dios es en sí mismo. El Espíritu es dado a los seres humanos para que sean libres y agentes creadores de la reconciliación universal que es obra de cooperación entre Dios y la humanidad. La unidad es, efectivamente, el origen y la meta de toda la obra de Dios, pues la unidad está en el mismo ser de Dios. Sin embargo, lo que distingue a los cristianos de los musulmanes es que los primeros creen que esta unidad es comunión, una relación de amor.
«En su misión de fomentar la unidad y el amor entre los hombres y también entre los pueblos, [la Iglesia] considera aquí, ante todo, aquellos que tienen en común y les conduce a la mutua solidaridad. Todos los pueblos forman una única comunidad y tienen el mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la entera faz de la tierra (cf. Hch 17,26); tienen también un único fin último, Dios, cuya providencia, testimonio de bondad y designio de salvación se extienden a todos hasta que los elegidos se unan (cf. Sab 8,1; Hch 14,17; Rom 2,6-7; 1 Tim 2,4)».(23)
6. La Trinidad
La tri-unidad de Dios es fundamental para la fe cristiana; nos aleja de la fascinación de los ídolos, que no son Dios, y nos conduce hacia el culto del Dios único, verdadero y realmente vivo. Más aún, es el origen de la unidad del género humano, que es llamado a entrar en la comunión divina mediante el Espíritu Santo.
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Abogado, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros… Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros…Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,15-18.20.23).
A través del bautismo, y en el Espíritu, los cristianos han llegado a ser miembros del cuerpo de Cristo. En este cuerpo continúan la misión de Jesús liberando al género humano de los poderes esclavizadores de la muerte. Al ser recibidos en su cuerpo, entran en la vida eterna, que consiste en compartir la propia vida de Dios. Reciben este don (que es el mismo Jesús) y se esfuerzan por vivir mediante él. Tratan de perseverar adorando el misterio divino y orientándose por el Espíritu Santo.
«A Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos» (Ef 3,20-21).
7. El origen de la doctrina trinitaria
Es importante que prestemos atención a los orígenes de esta doctrina. En este contexto debemos realizar una distinción entre el contenido doctrinal y su revestimiento cultural.
i. Jesús pertenece a Israel, el pueblo elegido. Su pensamiento está totalmente impregnado del espíritu de un absoluto monoteísmo (Mc 12,28-34). La Biblia habla reiteradamente de los celos del único Dios con respecto a los falsos dioses. Jesús no dice que él es Dios, pero se llama a sí mismo Hijo de Dios (Jn 10,36), o, simplemente, el Hijo (cf. Mt 11,27). Jesús remite a su origen celestial usando precisamente el título Hijo del hombre, que toma de la visión de Daniel (Dn 7). Lo que resulta especialmente importante es que Jesús vive una relación diferencial con Dios, a quien se atreve a llamar Abba (Padre, o, incluso, Papi). Los títulos Hijo de Dios y Mesías eran demasiado imprecisos en los tiempos de Jesús para poder expresar la visión que tenía de sí mismo. Sólo en contadas ocasiones habló Jesús del Espíritu Santo, pero, no obstante, vive toda su existencia en la fuerza del Espíritu.
ii. Sólo después de la pasión y la resurrección de Jesús, los discípulos, gracias a la poderosa intervención del Espíritu Santo, comprenden el sentido de lo que han vivido con él. Llegan a reconocer que este Cristo (Mesías), vivo, resucitado de entre los muertos, es idéntico a Jesús de Nazaret, con quien han vivido y a quien han visto morir en la cruz. Se atreven a confesar que es el Salvador y el Señor, y que en la relación con su Padre es, en un sentido totalmente exclusivo, su Hijo, el Hijo de Dios. A partir de entonces, la fórmula trinitaria se hace más frecuente, se usa el título Hijo de Dios y también se habla del Espíritu de Dios (pneuma, en griego, el aliento divino), cuya presencia los apóstoles han experimentado tan poderosamente, incluso antes de haberle dado un nombre concreto. Llegamos así a la confesión central de la fe cristiana: Dios es Padre, Hijo y Espíritu. Esta confesión se debe a la realidad de la resurrección de Jesús y está enraizada en la fe de los apóstoles.
iii. A causa de las extremadamente numerosas herejías cristológicas de los siglos III y IV, se hizo necesario fortalecer la fe tanto en la unidad de Dios como también en la realidad del Padre, del Hijo y del Espíritu. Un gradual proceso de maduración condujo finalmente a la fórmula del IV Concilio de Letrán en 1215, con la que se explica la diferencia entre las personas pero la unidad de naturaleza. El Padre es el origen no originado, el Hijo debe su origen al Padre desde la eternidad y el Espíritu procede de ambos. Así, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son de la misma sustancia.(24)
IV. Las respuestas del cristiano
1. Los cristianos confiesan sin ambigüedad alguna la fe en un solo Dios. La teología clásica afirma que el creador actúa con respecto a la creación como el único Dios.
2. La tríada se relaciona tanto con los actos salvíficos de Dios en la historia como también con su propia vida interior. No socava su unidad en modo alguno. Las categorías matemáticas no pueden captar la realidad de Dios(25). El mismo y único Dios es Padre, Hijo y Espíritu. En Jesucristo, Dios se ha hecho verdaderamente humano. El sufrimiento y la muerte, por tanto, no dejan impasible a Dios. Estos nombres de la divinidad pertenecen al núcleo de la fe cristiana y representan una parte de la herencia que ha ido pasando generación en generación desde los comienzos. Sin embargo, estos conceptos no deben comprenderse en el sentido de algo engendrado por Dios, es decir, en el sentido humano de engendrar. Estamos absolutamente de acuerdo con los musulmanes en nuestro firme rechazo de esta idea.(26) La oposición de los musulmanes a aplicar a Dios el concepto de paternidad, puede ayudar a los cristianos a ser conscientes del carácter metafórico de todo lenguaje sobre Dios. Incluso para la fe cristiana, Dios sigue siendo inefable, una realidad que sobrepasa el lenguaje. Con otras palabras, los cristianos usan los términos Padre e Hijo con un sentido mucho más amplio que los musulmanes. Se llama Padre al Dios único porque es el origen de todo ser; se le llama Hijo porque en Jesús vive totalmente de este origen; se le llama Espíritu porque se comunica en su creación. Dios, el único, perfecto y completo en sí mismo, exaltado, es en su auténtico ser amor, relación interpersonal, reciprocidad amorosa. Es Dios en tres personas, el Dios tri-uno.
3. La clarificación del significado de los términos naturaleza y persona debe realizarse a partir del contexto histórico, tomando buena nota de la diferencia que existe entre la idea moderna de persona y la de la tradición filosófica y teológica clásicas.
4. Dios existe en tres modos distintos de ser (ahwâl), tanto en su relación con nosotros como en la relación entre las personas divinas.(27)
5. Algunos teólogos cristianos medievales que escribían en árabe, favorecieron el uso de ciertas metáforas en su intento de explicar la doctrina de la trinidad teniendo en mente las cuestiones planteadas por los musulmanes. Así, por ejemplo, hablaban de cómo el fuego contiene la llama, el calor y la luz, y las tres formas en que aparece el mismo elemento que llamamos agua: sólida, líquida y gaseosa.
6. Merece la pena prestar atención a los noventa y nueve bellísimos nombres [de Dios] (al-asmâ al-husnâ), que juegan un importante papel en la espiritualidad y la teología islámicas. Estos nombres (por ejemplo, el Todopoderoso, el Compasivo, el Omnisciente, el Victorioso, el Vengador) expresan en la piedad y teología musulmanas la abundante riqueza del ser de Dios; no obstante, en la perspectiva musulmana, no ponen en peligro la unidad de Dios. Al reflexionar sobre estos nombres divinos en el contexto de la explicación de la doctrina cristiana sobre la Santísima Trinidad, deberíamos tener en cuenta dos puntos. Primero, las personas de la Trinidad, estrictamente hablando, no pertenecen a la misma categoría que los nombre más bellos. Los nombres y atributos divinos en la concepción musulmana, describen aspectos de la naturaleza divina, mientras que cada una de las tres personas es para la concepción cristiana totalmente Dios y, por tanto, puede describirse por todos los nombres divinos, con la posible excepción de ciertos nombres que los cristianos no desean aplicar a Dios. No es posible, por tanto, usar los nombres divinos para distinguir las personas divinas. Segundo, los musulmanes preguntan por qué los cristianos sólo subrayan tres nombres de Dios, cuando de hecho hay muchos más bellísimos nombres para Dios. En este caso vale el mismo comentario que hemos hecho anteriormente. En efecto, para los cristianos son muchos los atributos que pueden predicarse de Dios; de hecho, los cristianos pueden incluir muchos más atributos que los que aparecen en la lista coránica. Pero con respecto a las personas divinas, Dios se ha revelado como Padre, Hijo y Espíritu Santo, por lo que los cristianos hablan de Tres-en-Uno, de la Trinidad.
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- (21) Hay pruebas de la influencia en el Corán de grupos cristianos contemporáneos que sostenían la trinidad distinguiendo entre Dios Padre, Dios Madre y Dios Hijo. «En el Evangelio Árabe de la Infancia se habla reiteradamente de María como exaltada, divina», véase Martin Bauschke, Jesus – Stein des AnstoBes (Böhlau, Colonia 2000) 155.
- (22) DV 4.
- (23) NA 1.
- (24) Los conceptos naturaleza, sustancia y, particularmente, persona, proceden de la filosofía de la época y su significado es diferente al que tienen actualmente. El contenido doctrinal de estos conceptos sólo puede conservarse correctamente sabiendo qué sentido metafísico tenían en la época de los correspondientes concilios. Así, persona (que traduce el término hypostasis) expresa que Dios actúa y vive relacionándose. Sin embargo, si entendemos persona en sentido de individualidad, de centro autónomo de consciencia psíquica, entonces hacemos que los concilios digan exactamente lo opuesto a lo que querían decir. En este sentido, persona indicaría lo que ellos expresaban mediante el concepto naturaleza, de lo que se seguiría que en Dios existen tres naturalezas distintas.
- (25) Si deseamos usar la lengua árabe, entonces no deberíamos traducir trinidad por el sustantivo tathlîth, sino, más bien, por el adjetivo thalûth. El término tathlîth expresa la idea de la división de un objeto en tres partes, lo que ciertamente no es adecuado para referirse a la Trinidad.
- (26) Con respecto al diálogo sobre el tema de Jesús como el Hijo de Dios, haríamos bien, teniendo en mente la sura 112, en usar el concepto ibn Allâh en lugar de walad Allâh. La lengua árabe sólo expresa el sentido metafórico con el sustantivo ibn, por ejemplo, ibn al-sabîl. En esta perspectiva, resulta de gran interés un texto del famoso especialista al-Biruni (ca. 973-1050): «Si pasamos de la palabra Dios a las de padre e hijo, debemos decir que el islam no es libre a la hora de usarlas, pues la palabra hijo [ibn] en árabe significa casi siempre lo mismo que hijo biológico [walad], y de las ideas involucradas en la descendencia y nacimiento nunca pueden derivarse ninguna expresión relacionada con el Eterno Señor de la creación. Sin embargo, otras lenguas tienen mucha más libertad a este respecto, de modo que si alguien se dirige a otro diciéndole padre es como si le dijera señor. Como bien sabemos, las frases de este tipo han llegado a ser tan comunes entre los cristianos, que alguien que no usara siempre las palabras padre e hijo para dirigirse a otros, a duras penas se le consideraría uno de ellos. Con el término hijo se refieren especialmente a Jesús, pero también lo aplican a otros. Es el mismo Jesús quien ordena a sus discípulos que oren diciendo Padre nuestro que estás en los cielos (San Mateo 6,9), y al hablarles de su muerte inminente les dice que se dirigía a su [de él] padre y a su [de ellos] padre (San Juan 20,17). En muchos de sus discursos explica la palabra hijo refiriéndose a sí mismo, diciendo que él es el hijo del hombre» (Al-Biruni, Tarîkh al-Hind, edición de Sachau, Londres 1919, cap. 3; aquí hemos reproducido la traducción inglesa de E. Sachau, Alberunis India, English text, vol. I, 38).
- (27) Esta explicación debe distinguirse nítidamente del denominado modalismo del siglo III. Los modalistas eran monarquianos en su concepción de Dios, pues sostenían que sólo existe un único Dios, el Padre, y que Jesús es idéntico a él en cuanto Cristo. En consecuencia, decían que el Padre es quien se hizo hombre, sufrió y murió en la cruz (patripasianismo); el Hijo y el Espíritu son solamente diferentes nombres. Esta doctrina, que apareció con tintes y colores diferentes, desembocó en el sabelianismo, debido al nombre de su defensor Sabelio, que vivió a finales del siglo III. Finalmente, en el siglo IV, adoptó la forma de arrianismo, que sostenía que el Hijo no es sino un ser creado. Todo ello se desarrolló en oposición al trinitarianismo y reflejaba el monoteísmo de la filosofía helenista de los estoicos y de los neoplatónicos. El Concilio de Nicea (325) condenó estas herejías afirmando que el Hijo es al mismo tiempo Dios verdadero, consustancial con el Padre, y hombre verdadero.