La esencia del cristianismo
I. Las preguntas del musulmán
En algunos casos, un musulmán que no se ha hecho ninguna pregunta específica sobre esta o aquella doctrina cristiana, puede, no obstante, por curiosidad o por interés, preguntar: ¿Cuál es la esencia del cristianismo? ¿Cuál es su característica principal? ¿Cuál es su núcleo?. Con este capítulo queremos exponer cómo entienden la esencia del cristianismo los musulmanes en primer lugar y después los cristianos.
II. La perspectiva musulmana
En general
1. Hablando en términos generales, los musulmanes están profundamente convencidos de que el islam es la última, la más perfecta y la más completa de todas las religiones reveladas. Las demás religiones, el judaísmo y el cristianismo sobre todo, eran valiosas antes del islam pero ahora han sido reemplazadas. La religión verdadera es el islam y sólo pueden salvarse los musulmanes.
Al mismo tiempo, los musulmanes pueden estar totalmente abiertos a ciertos valores religiosos que encuentran en la vida de los cristianos. Sin embargo, llegan a quedarse atónitos de que gente que se ha encontrado con el islam, y que incluso lo han estudiado, sigan siendo cristianos en lugar de aprovechar agradecidamente la oportunidad de haberse hallado con el cumplimiento de todas sus expectativas en el islam, la religión verdadera y definitiva. Los musulmanes pueden llegar a pensar que tal vez sea una adhesión emocional a la religión y la cultura occidentales, una adhesión que no puede justificarse racionalmente, lo que impide que los cristianos se abran al islam. ¿O es que existen otros motivos?
2. Otros musulmanes dan argumentos más específicos. Sostienen que la religión de Jesús es el islam, es decir, el mensaje de un solo Dios y la llamada a servirle solamente a él. Sin embargo, los cristianos deformaron este mensaje desde muy pronto, y, en particular, se acusa a Pablo de esta deformación. Para otros, el defecto principal se encuentra en la unión de la Iglesia con el poder del Estado en tiempos de Constantino. Bien por una razón o por otra, el hecho es que el Evangelio original de Jesús ha sido corrompido.(73)
3. Otros asumen la perspectiva sobre el Jesús histórico que resulta de la obra de algunos biblistas, pues este enfoque pone en cuestión el fundamento histórico de algunas creencias cristianas sobre Jesús que los musulmanes no comparten. Así pues, los musulmanes rechazan las doctrinas centrales de la fe cristiana como interpretaciones erróneas del verdadero mensaje de Jesús. El resultado de esta errónea interpretación o corrupción (tahrif), sostienen los musulmanes, es la existencia de cuatro evangelios (en lugar del único original) que están disponibles actualmente en el Nuevo Testamento.
4. Una interesante, si bien totalmente subjetiva, perspectiva fue ofrecida por Kamil Hussein, un médico egipcio, hombre de letras y pensador religioso.(74) Según su opinión, la esencia del mensaje de Moisés era el temor de Dios; de Jesús, el amor; y de Mahoma, el paraíso. De acuerdo con esto, explica el significado del cristianismo como sigue: Creer, en lo profundo del alma, que lo que nos llama a hacer el bien es el amor de Dios, que también nos llama a amar a todos los que Dios ama; evitar todo lo que hace daño al prójimo, porque Dios ama a todos sin distinción; y, finalmente, conocer que no podemos amar a Dios si hacemos daño a sus amigos, es decir, a los demás.(75)
5. Así pues, podemos encontrar actualmente entre los musulmanes dos valoraciones opuestas del cristianismo:
a) Positiva. El cristianismo es una religión del libro, que tiene su origen en Abrahán, conjuntamente con el judaísmo y el islam. Es una religión revelada (celestial). Los cristianos están, por tanto, cerca de los musulmanes; no son hostiles (5,82). Son creyentes, y todos los creyentes son hermanos (49,10). Son monoteístas. Oran. Se sienten responsables del bienestar de la humanidad; el cristianismo exige a sus seguidores que muestren amor por los pobres.
b) Negativa. Los cristianos son no creyentes (kuffar) y politeístas (mushrikun). Adoran a un ser humano, Jesús, y lo convierten en un dios. Creen en tres dioses (María y Jesús junto con Alá). Su fe es muy complicada, mientras que el islam es sencillo. Su Escritura, el Evangelio, ha sido alterado y corrompido y ya no existe en su forma original. Su religión ha sido reemplazada por el islam. La Iglesia y su magisterio han suprimido la libertad de pensamiento y han condenado la ciencia (por ejemplo, el caso Galileo Galilei, 1564-1642). Los cristianos rechazan el islam y su fe en la radical unidad de Dios y en Mahoma como el último de los profetas. Cuando oran no sigue ninguna norma; no ayunan. Su religión es unilateralmente espiritual y exige cosas contra natura como el celibato; desprecia el cuerpo y está obsesionado con la idea y la omnipresencia del pecado.
En particular
1. El Corán presenta dos posiciones divergentes: una alaba el cristianismo y la otra es totalmente hostil. Las dos tendencias se encuentran en el islam, tomado en su conjunto, tanto en el pasado como en la actualidad.
a) La tendencia positiva. La encontramos sobre todo en la admiración sin reservas a personajes religiosos que son particularmente queridos por los cristianos: Jesús, su madre María, los apóstoles, Juan el Bautista, Zacarías, etc. Esta admiración también se extiende al Evangelio como libro, que descendió hasta posarse en Jesús y que es reconocido por el Corán, aunque, por supuesto, sólo en su forma original y en su sentido auténtico, no corrompido. Según el Corán, en tiempos del profeta, había también cristianos próximos al islam, a quienes se describen como los más cercanos en el amor (5,82) y humildes ante Dios (3,199; cf. 3,110.113.115; 4,55; 5,66). Sin embargo, la perspectiva que sobre los sacerdotes y los monjes encontramos en el Corán resulta totalmente ambivalente (5,82; 24,36-37; 57,27, por una parte; 9,31.34, por otra).
b) La tendencia negativa. Esta es la que principalmente afecta a la doctrina cristiana sobre Dios y sobre Jesús. Los cristianos han convertido a Jesús en un dios y lo llaman el Hijo de Dios (4,71; 5,17.72; 43,59; 9,30-31); veneran a tres dioses y sostienen que Jesús fue crucificado (4,156; cf. 3,55). Además, toman a sus monjes como señores, en lugar de tomar a Alá (9,31). Cometen excesos en su religión (4,171) y se han dividido en sectas según sus diferentes formas de ver la persona de Jesús (5,14; 19,37; cf. 2,133.145; 3,61). Afirman que sólo los cristianos pueden entrar en el paraíso (2,111). Se llaman a sí mismos hijos de Dios y sus queridos amigos, pero Dios los castigará por sus transgresiones. Los judíos y los cristianos (la gente del libro) desean que vosotros regreséis a la infidelidad después de haber creído, por envidia, después de habérseles manifestado la verdad (2,109; cf. 3,110); y los monjes (como también los rabinos judíos) devoran la riqueza de los hombres (9,34).
Esta perspectiva contradictoria refleja, sin duda alguna, las actitudes opuestas de los cristianos ante Mahoma y el Corán: algunos los aceptaron mientras que otros se opusieron. Este conflicto se refleja en el Corán, de modo que en ciertos textos son considerados como un grupo privilegiado, el pueblo o la gente del libro, y en otros se les menciona como un grupo maldito de no creyentes (kuffar) y de idolatras politeístas (mushrikun). Precisamente, esta ambivalencia es la que ha determinado el carácter de las actitudes de los musulmanes con respecto al cristianismo hasta el presente. Las formas en que son juzgados el cristianismo y los cristianos – como no creyentes o como gente del libro y monoteístas – depende, por tanto, hasta cierto punto, de la coexistencia pacífica o tensa de cristianos y musulmanes, exactamente como en tiempos del profeta.
2. La misma doble perspectiva está presente en la tradición y la teología islámicas, aunque tienden a subrayar las afirmaciones negativas del Corán. Debemos tener en mente esta doble herencia: por una parte, la condena tradicional de las doctrinas cristianas y sus enseñanzas morales, que a menudo aparecen asociadas con el neocolonialismo occidental y una civilización occidental supuestamente corrompida; por otra, la perspectiva totalmente diferente, también enraizada en el Corán, que considera al cristianismo una de las tres religiones monoteístas (celestiales) y a los cristianos como hermanos y hermanas que tienen una fe auténtica en Dios (49,10, en el caso de que se incluyan a los cristianos entre los creyentes que aquí se mencionan).
en particular tres aspectos concretos de la perspectiva negativa:
a) el cristianismo exagera la naturaleza de las relaciones entre el Creador y la creación al afirmar que existe un amor recíproco entre Dios como Padre y los seres humanos como sus hijos;
b) también exagera el énfasis en la dimensión espiritual, dado su exclusivo interés por la vida eterna y el alma a expensas de la vida terrenal y del cuerpo, así como intensifica lo individual en detrimento de la dimensión social – por el contrario, el islam asume la realidad humana en su totalidad.
c) finalmente, el cristianismo no respeta suficientemente la trascendencia de Dios, pues considera que Jesús es humano y divino al mismo tiempo, sosteniendo, en consecuencia, la participación de los seres humanos en la vida divina.
III. La perspectiva cristiana
Podríamos haber elegido otras muchas dimensiones de la fe cristiana, pero hemos optado por dos, que pasamos a exponer a continuación.
1. El cristianismo como camino del amor
1. El término cristiano fue aplicado por primer vez a los seguidores de Jesús por los paganos de Antioquía (la actual Antakya, en el sureste de Turquía) en torno al 43 d.C. (cf. Hch 11,26). Ser cristiano significa creer que Jesús, el profeta de Nazaret, que pasó haciendo el bien (Hch 10,38) y que murió en la cruz y resucitó de entre los muertos, es el Cristo (el Mesías), el que vino de Dios como su revelación última y definitiva a los seres humanos. Siguiendo el ejemplo de Jesús, y con su fuerza, los cristianos intenta vivir sus relaciones con Dios y con sus semejantes en armonía con la voluntad divina y sirviendo a los demás. Dios quiere que amemos a todos – que están llamados a ser hijos de Dios – con el mismo amor; estamos llamados a amar a Dios y a nuestros hermanos y hermanas.
Los cristianos creen que Jesús, que murió en la cruz, fue resucitado de entre los muertos y vive ahora en la gloria de Dios Padre, está vivo y está siempre presente en cualquier lugar.
2. Durante su vida en la tierra, Jesús reveló que Dios es Padre: su propio Padre, el Padre de los cristianos y el Padre de todo el mundo (cf. Jn 5,18; 20,17; Mt 6,9 y par.). La voluntad de Dios Padre es que todos se comprendan como sus hijos e hijas. Al expresar la relación entre Dios y el género humano con las categorías de padre e hijo, Jesús elige una poderosa imagen que expresa el amor de Dios: el amor de un padre por sus hijos.(76) Sin embargo, los cristianos no entiende físicamente esta paternidad de Dios con respecto a su creación.(77)
Jesús actualiza singularmente un rasgo esencial de la comprensión de Dios en el Antiguo Testamento (la Torá): Dios ama a su pueblo con un amor apasionado, tal como una madre a sus hijos (Is 49,14-15; cf. Os 11,1-4); como un marido a su esposa, aun cuando éste le sea infiel (Os 1-3; Ez 16); como un novio a su novia (Cantar de los Cantares). Jesús revela la plenitud del amor incondicional de Dios por el género humano. Esto significaba ir más allá de lo imaginable en tiempos de Jesús, pues el amor de Dios sólo alcanzaba a los judíos y dentro de ellos solamente a los más piadosos. Esta concepción excluía del reino de Dios no sólo a quienes no eran judíos, sino también a los judíos que eran considerados pecadores públicos (como los publicanos) y a quienes padecían una enfermedad contagiosa, como la lepra.
Jesús dio completamente la vuelta a esta concepción de las relaciones entre Dios y los seres humanos. Anunció que Dios se dirige a todos con el mismo amor. Dios, el padre de todos, ama a todo el mundo sin distinción. Si aún cabe hablar de que Dios ama especialmente a alguien, estos singulares destinatarios son los condenados y excluidos de la sociedad: los pecadores públicos (que se arrepienten) y los paganos: «Los publicanos y las prostitutas os preceden en el reino de Dios» (Mt 21,31; cf. 9,10; Lc 7,36-50).
Así se explica por qué Jesús, actuando de acuerdo con la revelación de Dios como Padre universal y misericordioso, estaba siempre dispuesto a acoger a quienes, como los pobres y los pecadores públicos, se acercaban a él para encontrar una solución a sus necesidades materiales y espirituales. Nunca rechazó a nadie, aceptando por igual las invitaciones de personas de alta posición y de los fariseos como también de los publicanos y los pecadores. ¿No era criticado por comer con pecadores (Mt 8,10; 11,19; 21,31; 9,10-13; Lc 7,36-50; 15,1-2.7.10; 19,7)? Precisamente en este sentido, decía que había «venido no a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9,13; MC 2,17; Lc 5,32). Era duro con quienes se sentían orgullosos de su justicia y al mismo tiempo condenaban a los pecadores, los pobres y los paganos (Mt 23,3.13-36; Lc 11,42-52; 18,9-14), pues, tal como enseñaba, «habrá más alegría en el cielo por un pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse» (Lc 15,7.10). Esta actitud de Dios hacia los pecadores se presenta maravillosamente en la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32) y en otras parábolas cuya tema principal es la compasión de Dios (Lc 13-15). Jesús lucha contra todo lo que divide a los seres humanos en dos campos: los piadosos y los pecadores. Él mismo relativizó algunas de las más sacrosantas normas de la Ley judía, como, por ejemplo, la relativa al sabbath (Mt 12,8; Mc 2,27; Jn 5,6) o la ley que restringía al templo de Jerusalén todo acto de culto (Jn 2,13-17; 4,20-21). Jesús decía: «El sabbath ha sido hecho para el hombre, no el hombre para el sabbath» (Mc 2,27). La razón por la que los dirigentes judíos condenaron a muerte a Jesús y presionaron a los romanos para que lo ejecutaran, residía en su proclamación de la disposición incondicional de Dios al perdón y a la reconciliación. Este mensaje ponía en cuestión el fundamento de la autoridad de los dirigentes del pueblo. Dios Padre parecía opinar igual que estos dirigentes, pues dio mano libre a quienes llevaron a Jesús hasta la cruz. Sin embargo, Dios no lo abandonó al poder de la muerte (cf. Hch 2,27), sino que lo resucitó de entre los muertos, como el primogénito de entre los muertos (Col 1,18; Hch 26,23; Ap 1,5), y lo sentó a su derecha. «Y de todo esto somos testigos nosotros», decía Pedro (Hch 2,32). Así pues, Jesús es verdaderamente el Señor, está investido de la autoridad de Dios, el Dios que confirmó solemnemente su mensaje, la verdad de cuanto había dicho sobre Dios y sobre la humanidad.
3. Este mensaje es el mensaje de un amor sin límites, el amor de Dios que ama a todos e invita a todos a convertirse en sus hijos; el Dios que «hace brillar el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45).
4. Es, por tanto, comprensible, que Jesús dijera que el mandamiento del amor era el más importante de la ley. «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente…Y amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22,37.39). El amor a Dios y el amor a los demás ya estaban vinculados en el Antiguo Testamento (Dt 6,5; Lv 19,18) y Jesús asume este vínculo, convirtiéndolo en la ley nueva (Jn 13,34), no sólo porque le sirve de resumen de toda la Ley y los profetas (Mt 22,40; 7,12; Lc 6,31), sino por el nuevo significado que le dará.
El amor de Dios, el Padre de todos, exige el amor a todos, a quienes Dios ama verdaderamente como sus hijos e hijas. En tiempos de Jesús, el amor al prójimo se refería al compatriota judío. Sin embargo, Jesús piensa que debe amarse a toda persona, incluyendo a los pecadores e incluso a los enemigos; en efecto, progresivamente vio claramente, como también los primeros cristianos, que este mandamiento incluía a los paganos y los practicantes de otras religiones (como los samaritanos, los sirofenicios y los romanos). Los discípulos de Jesús debían amarse entre sí, de modo que, en palabras de Jesús, «todos sepan que sois mis discípulos» (Jn 13,35; 15,12-17). El amor se extiende hasta los enemigos y los perseguidores: «Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo, amad a vuestros enemigos y orad por quienes os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial; pues él hace brillar el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos. Si amáis a quienes os aman, ¿qué merito tenéis? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos y hermanas, ¿qué hacéis más que los demás? ¿No hacen los paganos lo mismo? Por tanto, sed perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial» (Mt 5,43-48).
En lugar de devolver mal por mal, deben devolver bien por mal (Mt 5,38-42); deben perdonar sin medida ni límite (Mt 18,21-22), exactamente como Dios perdona (Mt 6,12, en el Padrenuestro) y como Jesús perdonó a quienes lo clavaron en la cruz (Lc 23,34). Esto no implica que seamos indiferentes ante lo malo y lo injusto ni que lo aplaudamos, sino que perdonemos a los malvados e injustos, porque sólo el perdón puede liberar a la gente del mal y provocar su reconciliación con Dios y con los demás.
Este amor no conoce límites, pues es, efectivamente, imagen del amor de Dios, que perdona, reconcilia y suscita la paz, y porque consiste en el don de sí mismo a los demás, a Dios y al prójimo. El amor no busca su propio interés, pues se manifiesta renunciando a sí mismo y también perdonando: «Nadie tiene amor más grande que quien entrega su vida por su amigos» (Jn 15,13). Finalmente, Jesús no se contentaba simplemente con predicar este amor, sino lo que experimentó, sacrificando su vida por todos, incluso por sus enemigos, a quienes perdonó desde la cruz.
Sólo después de la muerte y la resurrección de Jesús comprendieron plenamente los apóstoles y los primeros cristianos que el núcleo de la vida y la enseñanza de Jesús se encontraba en el amor, el amor que Dios nos tiene y el amor que tenemos a Dios, así como el amor a todos sin límites. Llegaron hasta el punto de afirmar que la prueba del amor a Dios es el amor al prójimo (1 Jn; especialmente 4,20-21), un amor que consiste «no en palabra o discurso, sino en verdad y acción» (1 Jn 3,18). «En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3,16). Y, de hecho, los primeros cristianos vivieron según esta íntima comunidad de amor fraternal (Hch 2,42-46; 20,7-11). Al reflexionar sobre la vida y el mensaje de Jesús a la luz de lo que habían recibido del Espíritu Santo, los apóstoles comenzaron finalmente a comprender: si, en el modo descrito, Jesús pudo revelar tan claramente la esencia del amor de Dios viviendo al mismo tiempo en perfecta consonancia con este amor, entonces resultaba evidente que lo había logrado precisamente porque era Hijo de Dios de un modo particular y único, que el Padre había enviado para comunicar este amor. Pues Dios es amor (1 Jn 4,8-16) y su amor «se reveló entre nosotros de este modo: Dios envió a su Hijo único al mundo para que pudiéramos vivir mediante él» (1 Jn 4,9). Este Dios amoroso «se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria» (Jn 1,14). Jesús, la Palabra de Dios, es la revelación del amor de Dios porque es su Hijo. Esta revelación del amor en y mediante Jesús debe ser recibida por todo el género humano y además tiene que traducirse en acción, hasta el final de los tiempos, mediante la fuerza de Dios, el Espíritu Santo, que actúa en la Iglesia y más allá de ella.
Pablo resalta que sólo el Espíritu de Dios, enviado por Jesús después de su resurrección (Jn 7,37-38; 16,7-15), puede hacer que llamemos a Dios nuestro Padre (Rom 8,15; Gal 4,6) y amarle a él y a todos los demás con el mismo amor que hemos recibido de Dios (1 Tes 4,9; Rom 5,5; 15,30; cf. 1 Jn 4,7). En su himno al amor, Pablo sostiene que todas nuestras acciones reciben su valor del amor, y que sin amor hasta los más excelentes de los carismas carecen de todo valor.
5. Las doctrinas cristianas oficiales, o dogmas, que surgieron en los primeros siglos cristianos, reflejaban la relevancia de Jesucristo, pensado según las principales corrientes religiosas y filosóficas de aquel tiempo. Trataban de defender la fe del Nuevo Testamento en un contexto diferente.
6. Por tanto, el cristianismo significa seguir el camino del amor, cuya fuente es el mismo Dios (1 Jn 4,7), y que se nos revela en Jesús, el Hijo del Padre, en su proclamación y también en su vida, muerte y resurrección. La Iglesia de Cristo se fundamenta en este amor; este amor es la fuente de su vida.
El ejercicio de la autoridad en la Iglesia es, en primer lugar, una forma de servicio a la comunidad de los discípulos de Jesús, siguiendo el modelo del amor que vive en el mismo ser de Dios. El ejercicio de esta autoridad exige, por consiguiente, el amor a Jesús, que está dispuesto a mostrarse en un servicio costoso (véase el diálogo de Jesús con Pedro en Jn 21,15-17: «¿Me amas?...Apacienta a mis ovejas»). Sin embargo, esta comunidad de amor entre los cristianos no puede jamás convertirse en un narcisismo, en un amor dirigido solamente hacia los de dentro. Esencialmente, constituye todo un testimonio, «para que el mundo crea» (Jn 17,21). Es un deber de todo cristiano, como también de la comunidad cristiana en su conjunto, dar testimonio del amor en el mundo, comprometiéndose con la justicia, la reconciliación y la paz. Es un alto ideal, que apenas puede realizarse plenamente en la práctica, pero al que todo cristiano debe constantemente aspirar, según la medida de los dones recibidos. Desafortunadamente, a lo largo de la historia, los cristianos, en general, y la Iglesia, en particular, han fallado reiteradamente en su fidelidad a esta ideal; debemos reconocer honestamente esta triste y lamentable realidad. No obstante, la buena noticia de Jesús sigue presente y activa, hoy como ayer. Exige a la Iglesia que viva según la ley de este amor y a trabajar para que se extienda en todo el mundo, derribando toda barrera – racial, social o religiosa – que divide a los seres humanos, combatiendo contra los pecados estructurales del egoísmo y del odio. Todo cristiano es llamado por Cristo a comprometerse incondicionalmente con la victoria del amor.
Excursus : El islam y el amor de Dios
Sostener que el amor a Dios y al prójimo es el mandamiento central y esencial del cristianismo no significa que otras religiones, y el islam en particular, desconozcan este doble mandamiento ni que sean solamente los cristianos quienes están centrados en el amor y vivan potenciados por él. También existe en el islam un camino del amor, que muchos musulmanes practican, normalmente, sin referencia a la enseñanza de Jesús o al cristianismo.
i. En el Corán sólo hallamos unos cuantos versículos que hablan explícitamente del amor de Dios, bien del amor a los seres humanos (Dios como al-wadud –lleno de amor [11,90; 85,14]; del amor (mahabba) que lanza sobre Moisés (20,39), o del amor que los seres humanos tienen a Dios (cuatro referencias en 2,165; 3,31; 5,54). También encontramos dos versículos sobre el amor mutuo entre Dios y un pueblo a quien ama y que le ama; en 5,54 se halla en el contexto de la jihad, que se entiende como lucha física contra los no creyentes, es decir, una guerra santa. Sin embargo, a partir de estos versículos no podemos decir que para el islam sea un tema central el amor de Dios a los seres humanos y de éstos a Dios. El centro del mensaje coránico lo ocupa la confesión del único Dios verdadero que es juez justo y misericordioso. No obstante, el amor es un tema que aparece en el Corán, en el Hadith y también en la doctrina islámica clásica, suministrando el contenido y el vocabulario a la tradición espiritual que se desarrolla en el seno del islam.
ii. Nos referimos principalmente a la tradición espiritual de los místicos musulmanes, concretamente al sufismo. Comenzando con la extraordinaria Rabia en el siglo VII d. C., los sufíes hicieron del amor a Dios (no tanto del amor de Dios a los seres humanos) el eje central de su búsqueda de Dios. Los grandes sufíes de los primeros siglos del islam introdujeron este camino del amor en el islam ortodoxo gracias, principalmente, a Muhammad al-Ghazali (+ 1111), quien resaltó que sólo Dios es digno de ser amado y consideró este amor (mahabba) como el clímax y la meta de su búsqueda espiritual. Posteriormente, las fraternidades religiosas extendieron este ideal del amor a Dios por todo el mundo musulmán. Se convirtió en un tema importante para la meditación y fue totalmente aceptado por el islam oficial.
Este amor humano a Dios, distinto del amor de Dios a la humanidad, lleva las marcas típicamente características del islam, pues el amor es el anhelo que se siente por algo que falta, mientras que el Dios de la fe islámica está totalmente libre de esta dependencia. Para los musulmanes, el amor es anhelo de Dios, anhelo de acercarse a él; sin embargo, se excluye estrictamente cualquier idea de unión amorosa entre Dios y el hombre. Finalmente, este amor a Dios puede exigirnos el amor a nuestro prójimo, pero en absoluto puede o podría ubicarse este amor al mismo nivel que el amor al Creador. Muchos místicos musulmanes, incluidos Rabia y al-Ghazali, opinaban que para dedicarse totalmente a Dios era necesario distanciarse lo más lejos posible de todas las cosas creadas.
2. El cristianismo como el camino hacia la plenitud humana
i. Para los creyentes, bien cristianos o musulmanes, la humanidad es creada por la mano de Dios, a su imagen y semejanza, y está destinada a volver junto a él. Esta es la vocación fundamental del individuo, de la humanidad y, por supuesto, de toda la creación, que anhela la liberación de toda forma de opresión para entrar, finalmente, en la gloria de Dios (Rom 8,19-25; El Corán 81; 82; 99; 101). Esta vocación común crea una semejanza esencial entre todas las personas, que trasciende las diferencias de raza, clase social y religión.
ii. La posición que el Corán tiene en la estructura de la fe islámica se corresponde con la que tiene Jesús, la Palabra de Dios, en el cristianismo. Así pues, el cristianismo no ofrece fundamentalmente una doctrina, sino un camino, el camino que consiste en ser discípulo de Jesús. Toda persona es llamada a convertirse en hijo o hija adoptivos de Dios en Jesucristo (Ef 1,5). Entre el Creador y su creación domina el amor recíproco. El Creador es Padre; los seres humanos son sus hijos. La intimidad de esta relación es mucho más grande que la que existe entre un siervo (abd) y su señor (rabb). El cristiano debe amar a Dios y a todos los seres humanos porque todos son hermanos y hermanas de Jesús e hijos del mismo Padre.
El amor a Dios y a los demás es el único camino verdadero para conseguir la plenitud humana. Este amor trasciende los límites del amor natural, pues Jesús exige que no devolvamos mal por mal, que persistamos en el perdón e incluso que amemos a nuestros enemigos. Nadie puede conseguir este amor por sus propias fuerzas. Más bien, es un don de Dios, un don que consiste en hacernos capaces de amar a nuestros hermanos y hermanas tal como él los ama. El mismo Jesús vivió este mensaje hasta el punto de morir en la cruz. Rechazar la fe en este Dios – cualquiera que sea la explicación personal de este rechazo – es privar al ser humano de su sentido último.
iii. El reino de Dios es una meta a la que aún no hemos llegado, un destino que todavía no hemos alcanzado. Nunca se logrará totalmente la plenitud humana en este mundo. La esperanza en esta plenitud es la gran energía que hace avanzar a la humanidad. El progreso, en todos sus sentidos, se mantiene siempre como posibilidad hasta el final de los tiempos, e individualmente hasta nuestra muerte. Muchos ven la muerte como la confirmación del vacío y del sinsentido de la vida humana, pero, para los creyentes, la muerte de Jesús en la cruz abre el camino a su resurrección y a la de todos. Jesús transforma la muerte en una victoria sobre ella. El fin de la vida humana y del mundo, en el día del juicio final, abre el camino a la vida eterna, a su plenitud definitiva. Entonces, cada uno verá a Dios cara a cara en los cielos nuevos y en la tierra nueva. La humanidad y toda la creación descubrirán allí su consumación última y perfecta (Rom 8,22-23).
iv. El valor del ser humano se fundamenta en el hecho de haber sido creados a imagen de Dios (Gn 1,26-27, citado en 1 Cor 11,7; Col 3,10; Sant 3,9) y a imagen de Cristo (Jn 1,3; Rom 8,29; 1 Cor 8,6; Col 1,16; Heb 1,2). Por consiguiente, jamás debe convertirse al ser humano en un medio para conseguir un fin. Sus derechos deben ser respetados por toda autoridad, secular, religiosa, social y política.
Pero el ser humano sólo puede encontrar su plenitud en el seno de una comunidad de personas libres e independientes. La familia y otras formas de comunidad juegan, por tanto, un papel indispensable tanto a nivel nacional como internacional. De ahí que deban equilibrarse con sumo cuidado los derechos de los individuos y de las comunidades. Las comunidades humanas, religiosas o seculares, sirven al bien común en la medida en que valoran a la persona concreta, al individuo.
Excursus : El humanismo musulmán(79)
El cristianismo no es la única religión que afirma poseer una visión global de la humanidad, de sus orígenes y de su destino. El islam afirma lo mismo. El humanismo musulmán y el humanismo cristiano tienen muchas cosas en común. Sin embargo, dado que el humanismo cristiano tiene su centro en Cristo y el musulmán lo tiene en el Corán, nos encontramos con importantes diferencias de énfasis.
El Corán enseña que Dios creó a Adán con sus manos (38,75), modelándolo a partir de la arcilla (7,12; cf.23,13; 32,7); también se menciona con frecuencia la creación de los seres humanos a partir del esperma (22,5; 32,8; 80,19). Dios también insufló su espíritu en Adán (15,29; 32,9; 38,72). Un famoso hadith enseña, en términos muy parecidos al texto de Gn 1,26, que los seres humanos han sido creados a imagen de Dios.
La humanidad ha sido creada para adorar al único Dios, para servirle, obedecerle, alabarle y darle gracias (4,1; 51,56; 3,190-191; 7,172; 30,17-18). El ser humano es mortal (bashar) y, a menudo, rebelde. No obstante, se le encarga dar testimonio del único Dios (7,172-173).
Los que rechazan la fe en el único Dios se parecen a los animales (25,44; 8,55; 22,18). Los seres humanos poseen un estatus más elevado. Dios reveló el nombre de todos los animales solamente a Adán – ni siquiera los ángeles los conocían (2,21-33). Por eso, Dios ordenó a los ángeles que se postraran ante Adán nada más crearlo. Sólo Satanás (Iblis) se opuso a hacerlo (15,31; 18,50; 19,44; 20,116; 38,74). La humanidad debe regir el mundo creado, que Dios ha sometido al mando y uso del ser humano (14,32-33; 16,12-14; 22,65). El hombre es el vicario de Dios en la tierra (2,30), una frase que actualmente citan a menudo ciertos autores para defender la existencia de un humanismo musulmán.(80)
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- (73) Muchos musulmanes están convencidos de que el Evangelio que se reveló a Jesús antes de que fuera corrompido ha salido a la luz recientemente con el descubrimiento del Evangelio de Bernabé. En realidad, se trata de una falsificación del siglo XVI realizada por un musulmán andaluz que había sido convertido al cristianismo por la fuerza o bien por un musulmán que vivía en Venecia. Cf. Christine Schirmacher, Der Islam, vol. II, Hänssler, Neuhausen/Stuttgart 1994, 268-289; Jan Slomp, The Gospel in Dispute, Islamochristiana 4 (1978) 67-111; y, para un breve estudio, Kate Zebiri, Muslims and Christians Face-to-Face, Oneworld, Oxford 1997, 45-46.
- (74) Al-Wâdi al-Muqaddas (El valle sagrado), Dar al-Maarif, El Cairo 1968 (trad. ingl. The Hallowed Valley. A Muslim Philosophy of Religion, El Cairo 1977).
- (75) Ibíd., 31 (trad. ingl.).
- (76) También habla el Corán del amor de Dios con palabras de fuerte connotación emocional: mahabba, mawadda, rahma.
- (77) Véase el estudio de este punto en cap. 2, sección IV, y cap. 5, sección IV.
- (78) Véase cap. 6, sección IV.
- (79) En el ámbito anglosajón se asocia en ocasiones el término humanismo con el rechazo de la religión; aquí, sin embargo, denota los modos en que, con marcos referenciales específicamente religiosos, tanto los musulmanes como los cristianos entienden la naturaleza humana, su dignidad y su destino.
- (80) En una profunda meditación sobre el Corán 33,72, el famoso pensador contemporáneo Muhammad Talbi (n. 1921 en Túnez) expone cómo Dios ofreció el amâna (la posesión de la fe como un fideicomiso o como responsabilidad para gobernar el mundo) a los cielos, la tierra y las montañas, pero lo rechazaron, mientras que la humanidad fue lo suficientemente imprudente como para aceptarlo. En esta aceptación ve Talbi la dimensión trágica del destino humano (Comprendre 98, 1970).